domingo, 5 de julio de 2009

Mi arrabbia e ti ammazzo!!

Por qué será que la gente siempre tose en el teatro. Basta con que el director levante los brazos, o el pianista esté a punto de apoyar los deditos (imagínese en cámara lenta, mejor), para que comience el concierto paralelo de tocesitas, escupitajos, toses tuberculósicas y demás estruendos expectorantes.
A mí, personalmente, se me despierta el brote psicótico e imagino que me levanto de la butaca y los mato a todos. O, mejor aún, que esa obra no le gusta a nadie y la única que sacó entrada fui yo. Y es en ese preciso momento cuando giro mi cabeza y apunto mi ardiente ira hacia la señora de atrás, que encima ahora está abriendo un caramelo de menta y, con el sonido de su plástico manoseado, responde burlonamente a mi infructuosa mirada.
Dicen que en el Met de Nueva York, o en la ópera de Praga, uno puede acceder a gigantes tachos llenos de caramelos mentolados (anti-tos, claro) en la entrada... y no hablo del cine porque ahí el masticar multitudinario de pochoclo y maníes con chocolate ya forma parte de la banda sonora original del film. Y bien que le queda: expresión máxima del posmodernismo si cabe.
Dejo una línea apuntada para seguirla saboreando en mi cabeza: a mí la música me da escalofríos y, cuánto más me llega, más vibran mis pulmones. Pero a la tos me la guardo, che.

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