lunes, 1 de noviembre de 2010

Sobre los agujeros negros

Una compañera de facu escribió en su blog algo de una tarde comenzada llena de principios. Una tarde que quiso llenar los espacios de sonido y que, pasando por reflexiones sobre la inmadurez, terminó con la gentileza de un lápiz que se borra.
A mí me pasa lo mismo. Somos muchos en el club. Para entrar, te damos una credencial pretenciosa, te fogueamos con 100-lagartijas-cuerpo-a-tierra y, si llegás a la final, te damos un papel que te acredita como vencedor de la batalla.
Pero en ese laberinto los miembros del club cambian.
Hace un par de semanas, un amigo de mi hermano, pendejo, me pidió consejo sobre si inscribirse en mi facultad o ir al Conservatorio Manuel de Falla... sentí que lo engañaba, que lo estaba atrayendo hacia una trampa mortal al decirle que la facu es mil veces mejor... quizá lo sea, siempre y cuando la sobrevivas lo más invicto posible. Siempre que no pierdas las ganas de hacer música en el camino, la facu lo vale. Sino no.
¿Cómo mantenerse en pie? No lo sé. Atravesando una crisis vocacional de la hostia, no lo sé. Pero algo de la enorme fuerza que antes destinaba a la ingenuidad de toquetear el piano, algo de toda esa energía hoy se pone en decir que a esta batalla la gano como sea. El tema es lo que quede de mí después. Pero sólo sabré si me equivoqué cuando logre transitar lo que queda.
Mi compañera al menos intenta llenar los espacios de sonido. Yo ya ni eso.