domingo, 5 de julio de 2009

Los devenires de la ecléctica

Desde tiempos inmemoriales, las cosas de mi mundo circundante se manejaron a su antojo. Yo no manejo el tiempo, él hace lo que quiere conmigo. Yo lo dejo pasar y, mientras lo acaricio, voy eligiendo nombres para mis objetos más preciados. Hasta mi perro (figura del acatamiento si la hay), se va adonde le place y vuelve cuando le pinta.

Los devenires toman misteriosos caminos -que uno hace como que no elige-, y se los encuentra de repente a la vuelta de la esquina. Y a veces me gusta que así sea. Y a veces, otras, me dan ganas de llorar y sonarme los mocos con el vestidito que usaba a los cinco. Pero, mientras tanto, el escribir sobre ellos, sobre todos los significantes que me susurran despacito, es el único medio del que puedo valerme para intentar escapar de este destino de cronopio angustiado porque sólo hay sándwiches de queso en mi mochila.

Y, buscando el jamón que quiero agregarle, me encuentro en esta situación de videoclub: una obra diferente surge a cada momento. Todo depende del estado de ánimo y las influencias del día: hoy quiero ver una de terror, mañana la comedia romántica más neoyorquina del mundo. "El que mucho abarca, poco aprieta" solía mortificarme mi madre. Y al que le gusta un poquito de cada cosa, suele pasarle de quedar en el medio de todo...

Pero no le temo al medio, sólo le temo al que no comprende que hoy defiendo a muerte una palabra y mañana a otra. Al que quiere que todo sea de un solo color. Al radical unívoco. Porque yo soy radical pero de cada color, y para todos por igual. Y el tono es el mismo porque es mío.

Alguien me chusmeó que Cortázar dijo algo así como "lo peor del mundo del futuro, es que será un mundo para todos los gustos". Y acá estamos, hijos de lo multi-, de lo inter-... Y al que no le guste que no joda.

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