sábado, 10 de julio de 2010

Sobre el amor a los maestros... y el amor a los alumnos


Tengo una alumnita de piano. Se llama Agustina y comenzó su camino en la música a la misma edad en la que lo hice yo: a los 8. Soy su primera profesora. Y ella es mi primera alumnita.

Fue en nuestro primer encuentro, el año pasado: estábamos las dos ansiosas. Al abrir la tapa del piano, sus ojos enormes se agrandaron y, sin pedir permiso, colocó sus manitos sobre el teclado. Lo hizo con una naturalidad tan enorme que ahí la que agrandó su mirada fui yo.

Venimos viendo acordes tríadas. Hace un par de clases se me plantó firme y me pidió que le enseñara a COMPONER.

Le pasé a la mamá un cd interactivo para la pc con juegos musicales y los instrumentos de la orquesta. Al momento de entregárselo, tuve un flashback. Recordé que, a mis 9 años, ese cd me hizo conocer al "Señor Fagot", y sorprenderme al saber que ningún instrumento melódico abarca el rango del piano.

Su entusiasmo, su capacidad de asombro todavía intacta, su amor por el arte y por sus maestros... todo esto me hizo recuperar muchas cosas que habían caído archivadas en algún baúl.

Gracias a ella recuerdo cada miércoles por qué elegí amar la música.

Agustina aprende de mí. Pero yo aprendo más aún de ella.

2 comentarios:

  1. recuerdo que de chico, iba a guitarra, piano y audio perceptiva, pero jamas tenia una enseñanza de composicion. profesores MUY de conservatorio, que si, linda digitacion y disciplina vas teniendo pero de bloquean otra cosas.
    cosas que aprendi tocando en bandas y RECIEN ahi empece a entender lo que era armonia y demas cosas.
    con mis alumnos tenia un feedback increible, vas aprendiendo mas como profesor que como alumno.
    te felicito por esta etapa. beso

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  2. Me desdigo de todas las veces que injurié y puteé a esos dinosaurios que son los profes de conservatorio. Después de todo, es la formación que tuvieron y dan eso que tienen. Pero es hora de que la música empiece a ser lo que es: ese TODO fantástico, ese juego en donde interactúan todas esas horas de dedos quemados junto a lo espontáneo y a límites que van siempre corriéndose...

    ¡Gracias Menàge!

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